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Cuando “la generación del sesenta” o del “nuevo cine argentino” -denominaciones hoy tal vez altisonantes-, Leonardo Favio era apenas un actor interesante. Este intérprete tuvo entonces un filme ejemplificador: El secuestrador, de Leopoldo Torre Nilsson, en 1958.
Sin proponérselo Torre Nilsson fue el maestro. Cuando Favio escribió el guión de Crónica de un niño solo ni Torre Nilsson podría creer lo que leía. Y el filme de Favio reveló poesía, intimismo, documento y hasta disimulada crueldad. Continuó esa línea -“sencillismo” se dijo- en El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente. Después hizo otras cosas: convertirse en discutido cantor popular, ascender a la gran producción (Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo, color en vez de blanco y negro) y replegarse en un filme querido que la crítica resistió: Soñar, soñar. Hasta un largo paréntesis y el impacto controvertido y alabado de Gatica, el mono.
Ya no se duda: Favio es un gran director y que lo sea polémicamente es uno de sus grandes sustentos. El especialista Alberto Farina lo analiza con pasión y entusiasmo.