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Desde La hora de los hornos, a fines del sesenta, Fernando Ezequiel “Pino” Solanas pasó a ser uno de los más discutidos cineastas argentinos y latinoamericanos. La polémica lo llevó a una ubicación internacional de privilegio, con aluvión de premios.
Algo quedó en claro: Solanas abrió la senda de un cine militante y político. El encasillamiento en el género documental no le bastaba y su filmografía posterior lo demostró a partir de Los hijos de Fierro. Más tarde Tangos, El exilio de Gardel y Sur explayaron la complejidad de su creación, conjugando al hombre de cine con el director integral de antecedentes en la plástica, la música y la inquietud ideológica. A esa difícil indagación se ha consagrado uno de los más jóvenes críticos del país: Luciano Monteagudo.