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La escritura de una obra teatral es siempre un actpo subversivo. Una revolución producida en alguno de los universos del artista para darle un nuevo orden al caos; y conseguir estratégicamente que, merced al atractivo siniestro y atávico por la revuelta, los espectadores ocupen ingenuos por un tiempo ese universo.
Si no hay universo o es débil lo único que quedará es mirar el quilombo: un pasatiempo.
Si el universo es tópico decepcionará: no hay nada excepcional que ver allí.
Si ese mundo, en cambio, tiene la singularidad personal de estas tres obras de María Rosa Pfeiffer -y su capacidad para elevar a categoría poética la mítica personal-, el gusto de habitar ese cosmos será inefable. Y recomendable en cualquier contratapa.
Mauricio Kartun