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Bertolt Brecht (1898-1956) escribió, poco antes de morir, que había sabido conservar a lo largo de los años y los diversos avatares por lo menos una cualidad de su carácter: el espíritu de contradicción. Más allá de la ironía hay que reconocer que ha sido precisamente este espíritu de contradicción el que le ha proporcionado la clave de su honda y deslumbrante interpretación del mundo burgués contemporáneo: la clave de la paradoja. A Brecht le interesa no tanto el momento de la discordia pacificada como el de la diferencia y el choque, la incertidumbre y la elección, la responsabilidad individual y la amarga experiencia, y así su teatro está animado de arriba a abajo por un permanente pathos dialéctico. La dialéctica es, en efecto, la categoría central del teatro brechtiano, desplegada en toda su riqueza en la fecunda y cotidiana reflexión, que en él supo ser profundamente libre de prejuicios y creadora en su dimensión más viva y fértil: la de la búsqueda. Madre Coraje y sus hijos, Galileo Galilei, El alma de Se-Chuan, El círculo de tiza caucasiano, entre otras obras fundamentales, lo certifican plenamente.