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En Chaneton, como en la otra obra de Alejandro Finzi que tuve el gusto de ver en Porto, Portugal, aunque lo poético aparezca en los textos, lo más poético reside a mi parecer en la oposición entre lo diminuto y lo desmesurado. Entre la araña y el desierto sin límites, entre el alacrán y el ventisquero implacable, entre la labor de un personaje solitario y la amenaza constante y letal de un medio hostil que presencia la masacre sistemática y organizada de sus primitivos pobladores, desde que “el hombre blanco” apareció en aquellas tierras.
Todo ello, sin retórica, sin ripio, sin disquisiciones. Un espacio que sintetiza “muchos objetos en un objeto” (Brecht). Dos personajes presentes y muchos ausentes, la utilería indispensable y siempre lo mítico. Animales que hablan, eso que el naturalismo y el realismo miopes han barrido del teatro, haciendo de “El Gran Teatro del Mundo”, el teatro de sus alcobas y de sus visitas.
La dramaturgia de América Latina tiene en el teatro de Finzi un modelo para dejar atrás un teatro de intimidad y confesión o las malas imitaciones del llamado absurdo que en América Latina es una razón dislocada en medio del absurdo cotidiano y desbordante en el cual vivimos.