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La obra de Arthur Adamov, uno de los pocos dramaturgos que logró crear un teatro popular francés, se destaca por el rigor y la nitidez de la línea dramática. Adamov, situado firmemente en el mundo, percibe el espectáculo de la gran soledad de los hombres: nadie espera nada de nadie, nada sirve para nada; el afiebrado enfrentamiento de todos con todos no produce ningún movimiento, ningún desplazamiento de las cosas. Teatro de la soledad, sin duda, pero donde la palabra soledad no llega a pronunciarse; los deseos, los temores de los hombres reducidos al aislamiento -temas centrales de estas obras-, no son jamás divulgados. La acción transcurre en una tierra de nadie, al margen del mundo sensible; en ciudades indefinidas y países desconocidos, fuera del tiempo y de la historia, y gobernados por extraños códigos sociales. Se trata de un teatro modernísimo; encontramos entre los precursores a Kleist, Buchner, Strindberg y Pirandello. Arthur Adamov nace en Kislovotsk, Cáucaso, en 1908. Estudia en Ginebra, en 1924 llega a París y participa en el movimiento surrealista. Durante la guerra, bajo el régimen de Vichy, es internado en un campo de concentración. Sobrevenida la liberación, comienza a escribir sus obras de teatro. Hasta hoy, ha publicado los siguientes libros: La confesión, 1946; La parodia y la invasión, 1950; Teatro I y Teatro II, de 1953 y 1955 respectivamente; Paolo-Paoli, 1957; Teatro de sociedad, 1958 y Las almas muertas, adaptación teatral de la novela de Gogol, 1960. Es traductor de Gorki y de Chéjov. Actualmente prepara un drama sobre la Comuna de París: La primavera 71.