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“Yo tenía dieciseis años, quería hacer teatro, hablar con calma a las mujeres, expresar lo que la literatura no me daba.
Así empezó lo que hoy podría llamar mi carrera artística pero que no lo fue. Fue mi vida, tan mezclada a mi trabajo artístico y tan diferente a la vez. Distingo los elementos de una y otro, pero no logro separarlos a la hora del balance.
Cada vez que naufragó mi existencia -y he sido un especialista en estrellarme contra escollos- la balsa en que me salvé fueron las obras que hice. Cada vez que estuve desesperado, importente, absolutamente solo, con ganas de acabar de una vez por todas, me quedaron fuerzas para contar una historia, ponerla en escena. Siempre con la carne viva, como un gato sin piel. Y la historia contada, que como toda historia es una gran mentira, terminaba por seducirme. Lo bello de contar cuentos, es que uno acaba por creérselos”.