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Construida con rigurosa unidad de tiempo, espacio y acción, en un calibrado desarrollo de planteamiento, desarrollo (que alcanza un clímax) y desenlace, La puerta ensambla un estudio de caracteres, que alternan la función de protagonistas y fluyen como dos brillantes pozos, que reflejan uno la silueta del otro, en vorágine de espejos.
Dos personas que han vivido alrededor de sesenta años, se encuentran en la soledad, el miedo, la incertidumbre de una noche sin promesas, una noche común desgarrada por el deseo.
Las motivaciones de los protagonistas son claras y efectivas -en su polarización-, para un tenso desarrollo dramático: miedo, soledad, inseguridad lidian con la necesidad del amor, el apremio de cercanía, delirio por sentir, ejercer la vida.
Tejida en un estilo minuciosamente realista, en el que destellan tonalidades de humor, esta obra atrapa de entrada el interés del espectador: primero queremos descubrir quiénes son los personajes y qué quieren. Al saber lo anterior, es claro que hay fuerzas contrarias que arriesgan la posibilidad de acceder a lo que anhelan.
Los personajes se oponen entre sí, se oponen, también, especialmente, a sí mismos. Son tridimensionales, un coro de voces internas en contrapunto. Parapetados en su variado escudo de máscaras, en su encuentro van rompiendo sus mentiras vitales.
No recurre Ceballos a la complicidad de los personajes con el público. Ellos y nosotros vamos en el vórtice del engaño, desengaño, del continuo juego de un sorpresivo reconocimiento. Y debajo de las palabras, como hervidero de gusanos, uno puede ir imaginando el río de suposiciones, sentimientos, el contexto social que sostiene la congruencia de estas criaturas.
Luz Emilia Aguilar Zinser