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El autor denuncia:
La libertad, artística y moral, con que ha tratado el tema y expuesto los personajes reales e imaginarios.
No ignorar que Diego de Mendoza es considerado el hermano mayor del Adelantado. Su figuración como menor, responde a conveniencias dramáticas que, también, determinan algunos anacronismos.
No haber escrito la obra en lengua arcaica, por resultarle tarea superior a sus posibilidades; y también, por devoción de espontaneidad y sencillez, convencido de que los idiomas están más en el sentir que en los decires.
Haber creado al protagonista -que murió, efectivamente, hidrófobo en alta mar- con espíritu ateo, no porque no lo supiera cristiano y católico, sino porque, en el saqueo de Roma, según la acusación de Barco Centenera que los historiadores recogen, “al tiempo del pillar hinchó la mano” y colmó sus cofres con la riqueza de templos y sacristías. El que Mendoza haya bautizado a su real Santa María del Buen Aire, pudo obedecer, más que a causa de devoción, a conformidad con los hábitos imperantes en la tradición marinera, que confiaba las empresas oceánicas a la custodia de esa virgen. Además, con mayor o menor acierto, una proposición generalizada fija al hombre del Renacimiento en un tipo humano poco propicio al arrepentimiento y a las creencias en la redención y la inmortalidad del alma. Aprovecharse de ese esquematismo, favorable al carácter sintético de la literatura escénica, no es, pues, responsabilidad exclusiva del autor.
Tomar de Jorge Manrique los versos -fragmentos de canción y coplas- que recita Osorio y de la poesía anónima de fines del siglo XIV o principios del XV las estrofas de la Danza de la Muerte, que pone en boca de la mujer de Juan Pavón.