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Soñar, tal vez, la vida; vivir, tal vez, los sueños. Dentro de esa dialéctica calderoniana transcurre la existencia del hombre. Porque si es evidente que todo pasa, se desvanece con la rapidez del humo, también es cierto que queda el sueño como refugio y seguridad contra cualquier muerte. La vida es sueño de Calderón de la Barca posee todos los elementos para que el tiempo, ese gran desbaratador de cuanto es, pierda su eficacia. Porque el drama de Segismundo, el personaje central, con su dinamismo absorbente, nos está incitando permanentemente a “meternos” en su mundo torturado. Si cada hombre es una síntesis esencial de la humanidad, Segismundo nos representa de modo admirable. Su problema es el nuestro. Por eso el conflicto nos toca en carne propia, nos conmueve, fin primario del arte. Reflexión y emoción, episodios cómicos que permiten el aflojamiento de las tensiones, ficción y realidad se combinan magistralmente en la obra. María Elba Foix, con su triple vocación literario-filosófico-pedagógica, nos introduce adecuadamente en el clima del autor y su época.