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La comida, la escuela, la vida de familia, la religión, las peleas de los padres, la pubertad, la sexualidad, las preguntas difíciles, las respuestas absurdas, los reproches, la amistad con un abuelo muerto hace tiempo, los recuerdos, el afecto que no sabe cómo expresarse.
A través de este mosaico, la adolescente Lucía, no se resigna a perder el estupor, el asombro, la fuerza de su infancia.
Frágil habla de la fragilidad. La fragilidad de un pensamiento, una vida espiritual que no se alimenta en la escuela, que no se reconoce en los dogmas vigentes ni resplandece en ningún templo, sino a contacto con los elementos inefables de nuestra existencia: los recuerdos, las amistades, el toque perturbador de una obra de arte que nos abre los sentidos y desata el corazón.
Frágil nos habla de una adolescente, Lucía, y de su familia.
Pero al mismo tiempo nos habla de otro tipo de adolescencia. La adolescencia de quien no se resigna a sepultar en la costumbre, sus sueños, su candor, sus inquietudes, los hilos que pulsan a cada instante sin llegar a expresarse.
Crecer sin traicionar; abrir los ojos sin que nos abrumen nuestras visiones; conservar la mirada, la frágil mirada del amante, del artista, del niño. Conservar en el hoy aquello que ya fue. Perder el miedo al amor, al dolor, a la vejez. De estas materias, tesis, cuestiones dolorosas, íntimas, está hecho este trabajo. Creemos que ha llegado la hora de compartirlo.