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En muchos sentidos, El bonaerense es una película sobre la libertad. En primer lugar, sobre la libertad del artista y, en este caso, del realizador cinematográfico. Después del éxito de Mundo grúa, Trapero podría haber optado por encasillarse en un estilo y mantenerse en un terreno seguro. Pero la apuesta de El bonaerense es tan riesgosa que con su segunda película, Trapero amplió enormemente las posibilidades de su obra futura.
En la historia misma, la libertad también es central. Pero no una libertad abstracta o heroica, sino una mucho más cercana y cotidiana: la de alguien que está dentro de una institución que premia el camino más fácil, el de la obsecuencia, la obediencia y la complicidad. En este aspecto, la película habla de la libertad y del trabajo. Porque en este filme el tema es la policía bonaerense, pero ¿en cuántas instituciones no se dan los mismos dilemas y en cuántas sus integrantes no se ven llevados a tomar decisiones que desde afuera condenarían?
Delito y castigo, soledad y afectos, encierro y libertad. En sus temas, El bonaerense rechaza las soluciones fáciles y asume con total integridad los conflictos que hacen que un tranquilo muchacho de pueblo se convierta en cómplice de la corrupción y de un crimen. Trapero, así, exhibe la solidez de su enfoque y, además, el talento a la hora de poner la cámara.