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La irrupción de Ricardo Monti en el teatro argentino abre un campo de tensiones en torno a la historia, el conocimiento y el lenguaje. A los principios idealistas de la identidad, la totalidad y la causalidad, Monti opone los principios materialistas de la negatividad, la fragmentariedad y la discontinuidad en los que funda una estética de lo inefable. Esta estética, sostenida en la formulación de imágenes en las que se condensa la verdadera experiencia, es la condición de posibilidad para la emergencia de escrituras dramáticas tan disímiles como las de Ricardo Bartís, Daniel Veronese, Javier Daulte, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian.