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Juan Gyenes ha conseguido en poco tiempo que esta especialidad tan desdeñada y solitaria, la fotografía de teatro, tenga importancia bastante como para hacer posible la publicación de este libro.
Hasta hace poco las fotos de teatro tenían siempre una apelmazada rigidez, un regusto zarzuelero inevitable. El magnesio no sorprendía el matiz, no captaba la atmósfera. Inmovilizaba a las figuras en frisos monótonos sin profundidad ni claroscuro. Su luz abrasadora, cruel, descubría los trazos del maquillaje y ahuyentaba con su explosión toda la magia de la escena.
Juan Gyenes ha embellecido para la posteridad nuestro teatro. Ha descubierto sus tres dimensiones, ha retratado -como los grandes pintores-, el aire que circula entre los personajes, le ha dado matiz, contraste y claroscuro y ha recogido lo mejor y más difícil de toda obra dramática que es siempre lo inefable.
Gyenes ha sido una especie de bienhechor de la lente, de filántropo del objetivo, que entrega al futuro unas imágenes embellecidas donde -inevitablemente- va también mucho de nosotros mismos.