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“Fuera de lo puramente lírico, los logros más altos de García Lorca habrían de darse en la tragedia, en el poema trágico. Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba restauran la tragedia, género por lo demás tan escaso en cimas -y aún en ejemplos- en las letras de nuestra lengua.
Estas obras reanudan el sentido auténtico de la tragedia, no sólo por la intervención de personajes que equivalen al coro, sino porque los trazos líricos en que se manifiestan -particularmente en Bodas de sangre– vienen a ser los “solos” musicales que Eurípides ponía en sus tragedias. Su valor vivo, su raro acierto está en la reinvención de un estilo dramático y en la manera como, superando toda atadura, cualquier localismo geográfico, eleva la acción trágica a un plano universal. Lo primero se advierte en el modo verbal, en el habla de los personajes, en la frescura e imaginismo de los diálogos. De ahí la maravillosa sobriedad ejemplar que transparece en Bodas de sangre y Yerma; la calidad diamantina de un diálogo recortado, bruñido, que da siempre en el blanco.
Con raíz telúrica, transido de elementalismo, popular en su esencia, pero más allá de lo popularista, este teatro se sitúa infinitamente lejos de las rustiqueces paradójicas del pintoresquismo superficial, a que suele reducirse casi siempre lo popular. De ahí la dimensión universalista a que antes aludía”
Guillermo de Torre
(en La aventura y el orden, Editorial Losada)