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En los primeros días de junio de 1936, Federico García Lorca leía ante grupos de amigos, una nueva obra dramática que acababa de escribir: La casa de Bernarda Alba. Pocos días después abandonaba Madrid, y declinando una invitación que le había dirigido Margarita Xirgu para embarcar hacia México, donde a la sazón representaba Yerma, resolvía ir a pasar las vacaciones en su ciudad nativa.
Allí, en Granada, mes y medio después, a poco de estallar la guerra, el poeta fue una de sus primeras, más graves e inocentes víctimas. Se quebraba así trágicamente una carrera literaria que entonces alcanzaba la plenitud.
En efecto, por aquellas fechas, el poeta estaba rico de proyectos, maduro de obras, colmado de reconocimiento como nunca. Dramáticamente, en La casa de Bernarda Alba completaba implícitamente un tríptico de tragedias de profunda raíz elemental y alto vuelo lírico. Si Bodas de sangre había sido la tragedia nupcial y Yerma la tragedia de la maternidad frustrada, La casa de Bernarda Alba sería la tragedia de la virginidad, ejemplificada en las cinco hijas de la protagonista que ven amustiarse su doncellez tiránicamente. El numen trágico de García Lorca alcanza en esta obra sus cumbres más altas. Las vicisitudes corridas por el manuscrito contribuyeron a aumentar novelescamente la curiosidad del público. En un principio fue guardado, como todos los demás papeles de García Lorca, después fue llevado a Norteamérica por los padres del autor, quienes sin embargo no se resolvían a autorizar la representación y la edición de la obra. Finalmente la tenacidad y el fervor de Margarita Xirgu consiguieron imponerse, y a ella lógicamente le correspondió estrenar este drama.