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Desde el tenso equilibrio del clasicismo (Goethe y Schiller) y las desesperadas búsquedas del Sturm und Drang (v. los vols. 13 y 24 de esta colección), a comienzos del XIX, hasta el realismo de los Hauptmann y Sudermann, cien años después, el teatro alemán no mostró el desarrollo que caracterizaron otros aspectos de la cultura germánica. Sin embargo, la sola presencia de Georg Büchner (1803-1837) y de Frank Wedekind (1864-1918) permite que se lo considere en muy alto grado, e incluso avanzando propuestas escénicas netamente revolucionarias, que fueron recién reconocidas en nuestro siglo.
En tal sentido, la breve pero fulgurante obra de Büchner (La muerte de Dantón, Leonce y Lena, el fragmento Lenz y los manuscritos de Woyzeck) es ejemplar, no sólo como precursora del expresionismo, sino por sus innovaciones formales y su profunda indagación en los problemas esenciales del hombre. Por su parte, Wedekind (con Despertar de primavera, El espíritu de la tierra y otras piezas) funciona como sólido puente entre Büchner y lo más valioso del teatro alemán del siglo XX.