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Buenos Aires, 10 de diciembre de 2018
Querido lector: Sepa antes que nada, habiendo empezado (o finalizando ya por esta contratapa), que las grandes revoluciones narrativas se dieron siempre desde el realismo. Que el viejo y constante colchón de la credulidad es el que habilita la genuina posibilidad de soñar o saltar hacia formas nuevas. También quiero decirle, y le ruego me dispense la jactancia, que la prudencia fue uno de los aspectos menos relevantes a tener en cuenta por esos grandes revolucionarios: Melville, Proust, Faulkner, Woolf, Balzac, fueron todos unos excedidos formales y, cada cual a su modo, solidificaron maravillosas catedrales a las que uno todavía está invitado a irse a vivir más que a leer.
Digo todo esto, mi querido lector, para extenderle mi invitación a vivir una temporada en la maravillosa y desmesurada casa de María. Es ahí mismo, en ese pasado encapsulado que son los ochentas, donde ella y todos sus amigos lo esperan para hacerlo vivir una experiencia que modificará el cuerpo y el alma -sí, leyó bien: en esta casa creemos en la presencia de espíritus- su manera de sentir, de entender y de convivir con la muerte, esa última gran ficción que todos venimos a protagonizar.
No dude ni un minuto en dejarlo todo y venir. Yo ya estoy aquí hace rato y no pienso moverme a ningún lado. Y es que estando aquí, querido lector, pareciera que de alguna manera la vida tiene más sentido. Lo esperamos.
María, amigos e Ignacio Bartolone