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El estallido del discurso, su fragmentación caótica como sentido último, la oniria expresada directamente más que elaborada, el lenguaje artístico, teatralidad que se denuncia a sí misma para sugerir otro camino de representación de lo que acaso somos y que ignoramos. Aquí, en efecto, el mensaje es el medio, el mapa es el territorio: no una alusión al sueño sino el sueño mismo.
La gran tragedia se llama Babel, y se incuba en la ilusión que hace coincidir a la palabra con la cosa, y a la imagen con el concepto. Pero la gran comedia también se llama Babel, y acecha implacable en el vientre mismo del acto. Es el acto mismo disfrazado de su propia sombra: un arte que toma al eco por la voz. Un signo de nuestro tiempo: la disolución del sentido.
Ivan Leroy ha tenido un sueño de vuelo y lo ha puesto en escena. Sus personajes son lejana suma de rumores (Shakespeare, Borges, Lorca, Bataille): su historia es una retórica del símbolo: su tema no es la obsesión que lo atormenta sino las formas de esa obsesión, sus posibles lenguajes. La propuesta de Leroy, en este sentido, no es fundamentalmente escénica sino poética. Su elemento es el aire. Como en los libros antiguos, Teatro de amor y crimen no nos invita a creer lo que dice, sino a que indagamos lo que quiere decir.
Geovani Galeas