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Quedé largo tiempo en silencio contemplando aquellas pinturas. Para alguien como yo, hombre de armas pero también de pluma y pinceles, preocupado por querer formar una galería de artistas argentinos, aquella obra revestía singular valor. En efecto, el contacto con los cuadros de Morel despertaban simpatías e intensidades bien distintos de todo aquel conjunto umbrío de obras de la misma época. Por gentileza de su amigo y antiguo socio Fernando García del Molino, podía apreciar ahora estas telas y dejarme impregnar de su poderosa irradiación. Pero, ¿qué sabíamos de su autor? Demasiado poco. Su vida -eclipsada en los últimos cincuenta años- parecía envuelta en un resplandor de leyenda y profundo misterio…