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En el último año de la vida de Mozart, 1791, le llegaron de pronto dos encargos operísticos: uno, oficial, revestido de la seriedad que suponía una ópera solemne para celebrar la coronación del emperador Leopoldo II como rey de Bohemia; el otro, más informal, procedente de un amigo de juventud, para un teatro ajeno a la vida cortesana, un teatro popular de las afueras de Viena, donde el público esperaba pasarlo en grande viendo una “ópera de magia” del tipo que se estilaba entonces.
El doble encargo llegó en uno de los momentos de mayor penuria económica de Mozart, que bombardeaba con frecuencia a sus escasos amigos con importunas peticiones de préstamos, que rara vez devolvía. Por esto, a pesar de sus múltiples ocupaciones, decidió aceptar ambos encargos, aunque el de Praga suponía un incómodo viaje y una interrupción de sus actividades.