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Falstaff, la última e ingeniosísima ópera de Verdi, ha sido considerada siempre como el postrer retoño del antes frondoso árbol de la ópera bufa (aunque en rigor todavía puede añadirse a la lista Gianni Schicchi, la pequeña y divertidísima farsa pucciniana de 1918). Sin embargo, y aunque es cierto que Falstaff es una ópera bufa, si se analiza la obra detenidamente vemos que no puede compararse su lenguaje musical con el de una ópera bufa de corte tradicional, y que en todo caso este calificativo se le da por razón de la comicidad del libreto y no por ninguna de las características de la partitura.
Una de las cosas más admirables de Falstaff es que, aún siendo una ópera bufa, es un modelo único e irrepetible de teatro musical. Su planteamiento es muy diferente del de una ópera bufa tradicional en su enfoque vocal, porque como ópera final de Verdi carece de la típica estructura de las arias tradicionales. Sus escenas se desarrollan sin solución de continuidad, de un modo bastante próximo a la melodía continua wagneriana, aunque desde luego manteniendo un estilo propio nada cercano al del compositor alemán.