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La sostenida regresión de las memorias fuertes, que han servido a lo largo del tiempo como ejes de construcción y cohesión de los grupos sociales, para ceder su sitio a memorias fragmentarias, oportunistas y hasta hedonistas, ha potenciado el interés por las teorías que intentan explicar la dinámica de la identidad y su relación con esos acervos.
La psicología exploró la memoria individual y sus vínculos con la identidad, y la sociología, por su parte, describió los procesos de identificación a nivel social, pero faltaba acaso una antropología de la memoria y la identidad, que profundizara, con la sorprendente lucidez con que lo hace aquí Jo «l Candau, en la dialéctica de estos dos elementos indisolublemente unidos, mostrando cómo el discurso identitario se teje a partir de la memoria, a la que selecciona y organiza para que le sirva de basamento. La tradición y el pasado son tallados así a la medida de las necesidades del sujeto. No importa al efecto que el relato sea o no verídico, pues basta con que se lo vivencie como real. Señala por eso el autor que la memoria es una reconstrucción continuamente actualizada del pasado, no una fiel restitución del mismo. Más que un contenido concreto, es un marco de referencia y un conjunto de estrategias que nos ayudan a definirnos ante el mundo. Como toda pérdida de memoria es una pérdida de identidad, para sostener a esta última a menudo se reconstruye conjeturalmente a la primera, apelando al mito.