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“La realidad que a Rodríguez Muñoz le preocupa… escribe Kive Staif en su epílogo… es la interiorizada en el alma colectiva de Buenos Aires, la realidad aluvional, una suma de alcances y frustraciones, de goces y angustias, de impulsos y represiones. La realidad como impalpable, ontológica, que ha conformado el carácter porteño y que lo determina aún para las actitudes más imprevisibles. Es el pasado que siempre será presente, que siempre será actual y que siempre será realidad porque está con nosotros a pesar de nosotros, porque es lo que somos…”
La instrumentación de este complejo mundo, fantástico pero no fantasioso, de esta especie de película como realizada sobre el boceto de impresiones adolescentes, inextinguible -por momentos, en “El tango del Ángel” y en “Los tangos de Orfeo” sobre todo, impera una suerte de rigor alucinante propio de esas impresiones-, se opera a través de un lenguaje original, extraída del fondo de las entrañas de la ciudad, de las esquinas bravas, del barrio situado en el límite de la pampa baldía. No se trata ya de autenticidad, de verosimilitud, de aprehensión y transfiguración. Se trata de movimientos internos, motores, casi impalpables, de palabras claves, reveladoras, gestadoras, tortuosas o iluminadas, asesinas o redentoras. Se trata de una especie de impresionismo a través de significados no aparentes que ayudan y excitan una aproximación sanguínea, temerosa pero subyugante, al texto. Y más que texto a su aura, a lo que está allí como una decisión enigmática, traduciéndolo todo, manejándolo al borde de la fatalidad…