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Porteño desde la cuna -nació en la esquina de Paraná y Corrientes-, Armando Discépolo supo llevar a su obra el entrañable porteñismo que lo caracterizó en su vida. Conocedor profundo de sus múltiples aspectos, de cada una de sus manifestaciones, el teatro habría de resultarle el cauce normal y genuino para “vehiculizar” sus ideas artísticas. Discépolo es un amador de la vida, un gozador apasionado de la pluralidad en que desborda su savia. Esa vida en permanente movimiento, en un vaivén de luz y sombras, de risa y llanto, de motivos para la admiración y el ridículo, salta de sus páginas, de sus personajes, de sus diálogos, y nos invade como un río impetuoso. Ubicadas en el subgrupo de obras del “grotesco criollo”, Mateo y Stéfano presentan, en dosificado contrapunto, lo dramático y lo cómico, en una misma situación y personaje. Ello les confiere un aliento de cosa trágica, un aire de derrumbe, remarcado por el idioma entre dos mundos -el de los argentinos y el desfigurado del inmigrante- en que los jugadores de la escena se expresan. El universo del autor es explayado en el Estudio preliminar.