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En los arcaicos rituales miméticos, que procuraban asegurar el cumplimiento del ciclo anual de la naturaleza, deben buscarse los antecedentes de las antiguas representaciones dramáticas; pero como forma literaria la tragedia clásica nace en las festividades oficiales en honor del dios Dioniso, que se organizan en Atenas durante el siglo VI antes de Cristo. La tradición recuerda el nombre del iniciador, Tespis, vencedor en los certámenes poéticos de esas ceremonias dionisíacas; luego recoge algunos nombres más: Quérilo, Prátinas y Frínico, hasta Esquilo, el primero de los tres grandes trágicos griegos -junto con Sófocles y Eurípides- cuyas obras nos han llegado (si bien en una mínima parte).
Esquilo (ap. 525-456 a.C.) nació en Eleusis y murió en Gela; vivió en un período particularmente rico de la historia griega, signado por el fin de la tiranía y los comienzos democráticos en Atenas, que se corresponden al enfrentamiento contra las fuerzas del poderoso imperio persa. Las siete piezas de Esquilo que se conservan no llegan siquiera a representar la décima parte de su producción en el territorio de la tragedia; bastan sin embargo para sustentar su ubicación como genio insoslayable de la literatura universal y padre del teatro de Occidente.