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Figura singular, y característica a la vez, de la generación del ochenta es Eduardo Wilde (1844-1913). Integrante de la élite dirigente que acompañó la gestión del presidente Julio A. Roca, Wilde es, como Mansilla, como Cané, o como Lucio V. López, periodista, político, diplomático y además, escritor. Es un típico representante del escritor que va llevando a cabo su obra literaria en medio de otros requerimientos y ocupaciones; en su caso concreto, también la de médico. El carácter fragmentario de su producción tiene que ver con esta pluralidad, aun cuando los casi veinte volúmenes de sus Obras completas indiquen claramente una labor sostenida. Un buen número de sus páginas, se incluyen entre las más valiosas de la literatura argentina. El humor, la capacidad de recrear lo real mediante la ruptura de la visión convencional, la riqueza y singularidad del matiz en la captación de impresiones y sensaciones, son los pilares en que se asienta el prestigio literario de Wilde y son ellos los que aseguran su vigencia.