Más resultados...
Una de las condiciones de la inteligencia es hallar las conexiones profundas de los sucesos y descubrir en ellos lo perenne. Epstein es un buzo que zambulle bien. Llega al meollo de lo cinematográfico, atrapa los peces abisales del milagro técnico y expone la filosofía del cine en un estilo eliotiano como un patient etherized upon a table.
En este espléndido libro vemos una máquina que filosofa vista por un filósofo que no tiene prejuicios reaccionarios contra la máquina. “El cine es una maravilla”, parece decirnos Epstein, “es un robot-filósofo. El tiempo para él deja de ser irreversible…” ¡Cuidado: el poder detonante de esa advertencia es incalculable! Si un poema pudiera ser denominado amenazante, éste sería el caso: un poema mecánico (!?). Recordemos que “no hay explosivo más potente que las ideas…”
El cine es un ojo solo que encierra una partida de hombres asustados: un nuevo cíclope al que Epstein enfrenta como un nuevo Ulises. Pero va más allá: ¿esa caverna no será la misma de Platón? ¿Las sombras que pasan por afuera no serán “imágenes de la realidad”? ¿Y si saliéremos de la caverna, si viese el cíclope -que es el cine- la verdad nueva con un ojo nuevo? Podría suceder que se convirtiese en Ulises y que uniese su gigantesca visión a la astucia del eterno viajero. Lo cierto es que si el tiempo es el núcleo de toda una nueva cosmovisión, el cine es el monstruo sagrado que replantea el problema del tiempo. Y Epstein es el Einstein del cine (no decimos el Eisenstein). El hombre y su técnica replantean el cosmos, quizás porque éste parece haberse convertido en un caos y sea necesario ordenarlo de nuevo.
He aquí un libro, gracias a Epstein, originalísimo: La inteligencia de una máquina. Lo único que podemos decir de él es que vale la alegría intelectual de leerlo. Y que esta solapa no lleva la banal flor acostumbrada, sino una condecoración merecida. Y un desafío al juicio del lector.
Manuel Belloni