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Esta es tal vez la comedia más brillante y profunda de un autor cuya vasta producción se caracteriza precisamente por la hondura de su filosofía y por la eficacia de sus medios expresivos.
Para el genial escritor irlandés, el gallardo Don Juan -conquistador de mujeres en sus diferentes apariciones en la literatura universal- no es más que un hombre a quien siempre conquista la mujer, la cual persigue una finalidad más alta que el simple escarceo amoroso. El prólogo -jovial exégesis de la pieza- y las escenas del sueño de Don Juan, en que dialoga en el Infierno con el Diablo, Ana de Ulloa y el Comendador, constituyen páginas magistrales de pensamiento y de gracia; el epílogo es todo un tratado de filosofía shaviana.
“En conjunto -comenta el autor en el Prólogo, con su gracejo de siempre-, al libro le ha ido bien. A los críticos fuertes les ha impresionado, a los flojos les ha intimidado, a los ‘conneisseurs’ les ha hecho gracia mi bravura literaria. Sólo los humoristas (lo que es bastante raro) me sermonean, pues el susto les ha sacado de su profesión para producir un extraño tumulto en sus conciencias”.