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Pocas veces la curiosidad de un crítico ha indagado con tanta suerte y maestría en lo que podríamos llamar la trastienda de las grandes obras musicales, en ese taller donde el creador selecciona y organiza los elementos que confluyen en su obra.
Es ese taller el que nos muestra Frederick Dorian. Con él entramos en la intimidad del creador, en zonas desconocidas para un vasto público. El momento de la intuición de la obra, la primera percepción, aquello que se conoce con el nombre de inspiración, aparece en las confesiones de los autores de las obras maestras y en el testimonio de parientes, amigos y críticos.
Dorian no se detiene en los aspectos puramente biográficos, en la simple anécdota, sino que continúa su viaje atendiendo a los problemas del oficio. Con él, el lector penetra en la tarea cotidiana del artista, visita su Taller Musical y se familiariza, por así decirlo, con sus herramientas.
Al evitar las largas discreciones, al acercarse a la experiencia del creador, Frederick Dorian logra la rana síntesis de lo didáctico y lo ameno. Y cuando aborda asuntos tan complejos como el papel de lo accidental en la obra artística o de las pausas creadoras en la composición, lo hace con un riguroso conocimiento de esa experiencia.