Más resultados...
La polaridad entre el espíritu dionisíaco y el apolíneo, aquella gloriosa tragedia antigua mezclada al ditirambo dramático y su misteriosa unión, la irrupción del sentido de la música en ese compuesto casi ritual, todas estas oscuridades envueltas en la irradicación artística, van siendo develadas en su completo misterio y en su fascinación oculta, y hasta en su mecanismo poético, hasta hacernos presentir la naturaleza de un “agregado misterioso” que todavía estamos develando.
Aquellos preceptos ambiguos de los monumentos arcaicos, “conócete a ti mismo” o “no vayas demasiado lejos” o “nada en exceso”, enlazan aquel mundo apolíneo con el mundo bárbaro y su amor a la humanidad, tan imperioso y tan necesario como la medida apolínea. Todo el exceso desmesurado de la naturaleza, en alegría, en dolor, en conocimiento, proclamado en la verdad de su embriaguez, es revelado por la sapiencia de un Nietzsche que eterniza en sus páginas la fascinante tragedia del hombre en su lucha incesante con la naturaleza titánica. La exigencia estética, la divinización de la individuación y su imperativa regulación, nadie nunca pudo ni podrá ya mostrarla con el hálito creador y restaurador de Nietzsche, que alcanza aquí su punto más alto como poeta y como filósofo. Es como si todo el saber de la filología y la historia antiguas, hubiera estallado en una luminosa concepción reveladora, hasta entonces soterrada bajo el aluvión de la sabiduría académica, y proyectara en la visión del hombre griego todo el alcance universal de su concepción antropológica.