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Anne Ubersfeld recoge en este trabajo varias preguntas clave a partir de la formulada por Larthomas: “¿Cómo se pasa de una situación a otra, cómo se exacerban los sentimientos, cómo dos seres que se aman llegan en algunos minutos a odiarse? Pero el diálogo en sí mismo, ¿cómo progresa? ¿Existen muchos medios para encadenar las réplicas? ¿Cuáles ha elegido el actor? ¿Y por qué? Casi nunca respondió a esas preguntas. Más aún, jamás las formula”. Esta cuestión clave está planteada aquí en términos que la complican: primero, no se trata de saber si los personajes se aman o se odian, visto que no hay psiquismo concreto capaz de amar u odiar y que los sentimientos son mostrados solamente con la ayuda de signos, de los cuales los principales son precisamente lingüísticos; lo que interesa, entonces, es el lenguaje o, más exactamente, la palabra teatral. Además, y como corolario de la misma objeción, podemos señalar que el encadenamiento del diálogo y su “progresión” no son fruto de “medios” o de procedimientos: son la ley misma del diálogo, de un diálogo en particular. ¿La ley? Digamos más bien las leyes, incluyendo dentro del diálogo teatral -siendo esto lo que produce su complejidad- la interferencia de toda una serie de factores.