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Había escrito una obra en 1987. La había titulado “El último poeta”. Las personas cercanas me dijeron que no les gustaba. Laura Yusem me propuso que la reescribiera. Yo nada podía hacer. Ni reescribirla ni terminar de enterrarla. Un día lo conocí a Miguel Dao. La leyó y le interesó. Le propuse la tarea de reescribirla. Fueron veinte jornadas intensas. Imaginamos varias versiones. Susana Evans me dijo que la obra que estábamos gestando con Miguel tenía relación con la pintura de Bacon. Yo conocí a Bacon por ella. Encontré la pintura del Papa Inocencio II. Ese era el personaje. Le llevé a Miguel varias pinturas de Bacon y le pregunté cuál pensaba que era el personaje de nuestra obra. Inmediatamente eligió la pintura de Inocencio II. Entonces dije: “la obra se llamará El Cardenal”. Seguimos trabajando y la terminamos. La obra está escrita por mí. Pero sin Miguel Dao como interlocutor El Cardenal no habría nacido. De eso estoy absolutamente seguro.
Eduardo Pavlovsky, febrero de 1992
La obra trata sobre las vicisitudes existenciales que padece un gobernante en decadencia llamado el Cardenal junto a sus incondicionales esbirros, los enanos, dentro de un lugar onírico definido como el pudridero. Un espacio-tiempo surrealista en donde se disputan los beneficios del poder a partir de los juegos absurdos de la corrupción. Esta podredumbre moral se cuenta a partir del vínculo grotesco que mantienen los personajes entre ellos y su entorno. Una relación tensa y dinámica que deviene de las oscuras e íntimas preocupaciones que los inquietan.