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Cuantos hayan asistido a las representaciones de “1789” y “1793”, ofrecidas por el Théâtre du Soleil, convendrán en que el rasgo que se imponía al espectador desde un principio era el carácter “festivo” de las mismas. El teatro recuperaba su aspecto de “fiesta cívica”, de lugar de encuentro. El público, ese sector del público teatral que se desplazaba hasta la Cartuchería del Parque de Vincennes y que difícilmente encontraríamos en las salas de “boulevard” del centro de París, iba predispuesto a gozar con un espectáculo que sabía era suyo, dispuesto a entrar en el “juego” que le ofrecían los actores y construir con ellos un mundo nuevo, pues, como afirma el subtítulo de “1793”, para ellos también “la ciudad revolucionaria es de este mundo”, y que, por consiguiente, si es preciso luchar para que llegue a serlo, no es en modo alguno inconveniente proyectarla ya consumada, aunque fuera por la vía de la imaginación.