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Edmundo Rostand, el famoso poeta y autor dramático francés, nació en Marsella el 1 de abril de 1868 y murió en Cambo el 2 de diciembre de 1918. Se casó muy joven con Rosamunda Gerard, a la que había dedicado los versos de su primer libro Les Musardises, y en 1894 obtuvo su primer éxito teatral con su obra en cuatro actos y en verso Les Romanesques. Resucitador del drama romántico en verso, esgrimidor de un arrebatado lirismo, Rostand conoció la gloria que nace en una sola noche y vence todos los ocasos. Estando leyendo su nuevo drama, La princesa lejana, a los actores del teatro de la “Renaissance”, el célebre actor Coquelin, que se hallaba entre los oyentes, le pidió que le escribiese una obra para él. Rostand aceptó. Esa obra, que se estrenó en el teatro de la Puerta de San Martín en una velada inolvidable, y con un triunfo clamoroso, fue Cyrano de Bergerac, de la que más tarde Luis Vía, José O. Martí y Emilio Tintorer hicieron una excelente traducción en verso a nuestro idioma, la que hoy incluye en su catálogo Colección Austral. Desde sus años de colegial perseguía a Rostand -según su propia confesión- la silueta gallarda y romanesca de Cyrano de Bergerac, el poeta y filósofo gascón, autor del Viaje a la luna, y darle, ahora, vida -¡y qué prodigiosa vida!-, era cumplir con su más juvenil ensueño, a la vez que obtener la consagración no sólo de París, sino universal, pues el éxito de Cyrano de Bergerac no ya no ha amenguado, sino que se reaviva, en nuestros días, por el camino renovado de la cinematografía. Cyrano, poeta de alma hermosa y rostro deformado por una inverosímil nariz, ama a la divino Roxana que, enamorada de otro capitán de atrayente figura, escucha por boca de éste los versos que el amor imposible despierta en Cyrano, quien desde la sombra cómplice del jardín, es el alma escogida que Roxana cree amar en su seductor capitán. Así establecido el conmovedor engaño, la guerra precipita el fin del drama que termina en un epílogo del mismo melancólico color de las hojas otoñales que caen sobre el abatido Cyrano, quien antes de morir ha visto el triunfo de su corazón, la consagración de su inspiración de poeta, símbolo del invencible amor.