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“La actividad de la ciencia y del arte no da fruto más que cuando no se abroga ningún derecho y no conoce más que deberes. Y solamente porque esta actividad es así, porque su esencia es el sacrificio, es por lo que la humanidad le honra. Los hombres llamados a servir a los otros por el trabajo espiritual, sufren siempre en el cumplimiento de esta tarea: porque el mundo espiritual nace solamente en los sufrimientos y en las torturas: sacrificio y sufrimiento, tal es la suerte del pensador y del artista. Su finalidad, el bien de los hombres. Como los seres humanos, son desgraciados, sufren y mueren; no da tiempo a holgar, a divertirse. El pensador o el artista no queda nunca sentado sobre las alturas olímpicas, como estamos habituados a creerlo; está siempre en la turbación y en la emoción. Debe decidir y decir lo que proporcionará el bien a los hombres, lo que les libertará de los sufrimientos y ni lo han decidido, ni lo han dicho; y mañana será demasiado tarde, y morirá… No es el que está educado en un establecimiento donde se forman artistas y sabios (a decir verdad se hacen allí destructores de la ciencia y del arte); no es el pensador y el artista el que recibe diplomas y subvenciones, lo es el que sería feliz sin pensar ni expresar lo que lleva dentro del alma, pero que no puede evadirse de hacerlo, porque le obligan a ello dos fuerzas invisibles: su necesidad interior y su amor a los hombres”
Leon Tolstoi
(“Qué debemos hacer?”)