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Esta Antología es una invitación a una nueva lectura de la dramaturgia cubana del siglo XIX, siglo que, teatralmente hablando, comienza en 1827 con Tiberio de Heredia, y termina en 1900 con la apertura del Alhambra. En ella se incluyen ocho piezas, cuyo cuidadoso estudio permite descubrir, por encima de fechas, títulos y anécdotas, el canal conductor que nos guíe y revele los puntos comunes, la tradición y las raíces de una sensibilidad.
A través del romanticismo inicial, de la comedia, del melodrama, del bufo y del teatro mambí, se descubre esa línea continua, pueden enfocarse sus breves interrupciones, su agónico devenir, sus momentos culminantes. Como ese hilo se desenreda en época de España, su análisis es también el análisis de nuestra colonia, de cómo la clase dirigente manejó, transformó y adulteró la escena cubana para ponerla al servicio de sus intereses antinacionales, y lo que es más importante, cómo el dramaturgo rechazó esa imagen, la combatió y reflejó el absurdo colonial, hasta dejarnos un repertorio que no es otra cosa que una indagación de lo cubano teatral, de sus aspiraciones y fracasos momentáneos, de su esencia como pueblo y nación.
La selección se abre con El conde Alarcos, de José Jacinto Milanés (1814-1863), retrato del absolutismo colonial, e incluye además: Baltasar, de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), reflejo de la crisis moral de la monarquía española; Los montes de oro, de Francisco Javier Balmaseda (1823-1907), visión crítica del mundo financiero de la colonia; El fantasmón de Aravaca, de Joaquín Lorenzo Luaces (1826-1867), sátira que desnuda el afán de imitación foránea de la burguesía; Los negros catedráticos, de Francisco Fernández Vilaros, donde aparece por primera vez el negro urbano, libre y “catedrático”; Mefistófeles, de Ignacio Sarachaga (1855-1900), pieza que retoma la esencia paródica del bufo y transforma la ópera de Gounod en una sabrosa partitura de ritmos populares del país; Del parque a la luna, de Raimundo Cabrera (1852-1923), utopía autonomista donde se fustiga la administración colonial; y La emigración al Caney, de Desiderio Fajardo Ortiz, El Cautivo (1862-1905), que cierra el ciclo del teatro mambí.
Nuestro teatro del XIX es una consecuencia del pensamiento cubano, y como tal debe ser asumido, como parte integrante de la cultura del país.