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El humanista que en La torre de marfil y la política sostuvo la independencia espiritual-intelectual del hombre de letras; el ensayista que en Romain Rolland: humanismo, combate y soledad expuso el desvelo del esteta por el arte y la insomne política del espíritu; el crítico que en Nicolás Olivari, poeta unicaule defendió apasionadamente la originalidad y atacó acerbamente el lugar común, y en Ben-Ami, el actor abismal la insobornable predestinación del artista y el llamado que jamás desoirá, y el sutil indagador de Baudelaire, Proust, Joyce, Ezra Pound y Nabokov, y otros temas de vasta concepción humanística -entre ellos el de oponer el compromiso con la literatura a la literatura comprometida-, es aquí el ironista sucesiva y alternativamente burlón, mordaz, polémico, excomulgador, con resplandores de quevedezco ingenio, todo sin perder ni la ternura ni la indulgencia hacia el pecador ni el encantamiento de un refinado estilo atrapador y un idioma mágicamente rico. Bernardo Ezequiel Koremblit crea este libro de irresistible humor, pero, aún siéndolo, la esencia de lo que se dice es significativa y profunda: el lector ríe, pero es una risa “a pesar de”, pues la intención no ha sido el chiste, al que no se acude en ningún momento. Por cierto que hay expresiones y episodios inconteniblemente desopilantes, pero inclusive en ellos el moralista, que no es un puritano moralizador sino un fino aromatizador de la vida (no obstante sus sibilinas ridiculizaciones), encara el problema de la existencia del mal, del destino, del amor, del honor, de la desvalida criatura humana -su extraña, jocunda, dramática, absurda, apasionada condición humana-, con redentora risueña comprensión, la que ha de permitirle adoptar con toda convicción la tesis senequista según la cual ha de sobrellevarse con resignación lo que no puede ser cambiado. Es evidente que en este muy humorístico pero muy humanístico libro aparecen, presidiéndolo, los manes tutelares de Erasmo, Chesterton, Nalé Roxlo, Thackeray, Macedonio Fernández y Swift.