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Luchar por un ideal. Es hermoso. Darle vida. Es sublime. Si ese ideal es el teatro, es maravilla. Ese cúmulo de sentimientos, a veces, se experimenta cuando la vida se va apagando.
Mi lucha, dura, pocas veces me dejó tiempo para detenerme y gozar. Apenas instantes para repensar lo que me enseñaron mis maestros, Passano y Yunque: el teatro y la cultura para los hombres, por un mundo justo, y nosotros ¡qué hermoso! devorados por el afán de esa lucha dramática. Y recién en la madurez comenzamos a avizorar lo realizado. Y tomamos conciencia de nuestro vuelo, de una entrega ciega a una pasión, también ciega, pero luminosa. Todo lo dimos al teatro, pero ¡qué recompensa! sentir que fuimos fieles a un gran Amor y que ese Amor, el teatro, acepta nuestra ofrenda. Y que eso nos da felicidad y calma y que algún día, lejano podremos dejar el mundo con tranquilidad. Algún día. Mientras, seguir soñando. Y luchando.