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La obra nos ubica desde el inicio, dentro de una familia. Magnus es el padre y, al mismo tiempo, un tirano, un dios, un espejismo, una fuerza social. Los hijos viven sometidos a Magnus en esa vieja y suntuosa casa que habitan, de donde no pueden escapar, no porque las puertas estén cerradas sino porque los ata el temor, las convenciones y los ritos. La contracara de Magnus es el viejo Lou, un personaje animalizado por la sumisión. Con Magnus, llega a escena Julia, una conquista amorosa que será sucesivamente madre, virgen, prostituta. Los hijos presencian y participan de las representaciones que inicia Magnus . Son sucesos ya ocurridos pero la repetición, el ritual, les otorga validez. De algún modo, el poder de Magnus se perpetúa en la reiterada representación de su historia. Dos actos violentos cierran la obra: ¿Fin de un mito e inicio de un cambio? ¿O vacío que condena a la repetición e inmovilidad?
Ricardo Monti nació en la Capital en 1944. Creció en un barrio del Gran Buenos Aires, lindero a la Av. Gral Paz y rodeado de campos que poco a poco se fueron cubriendo de monoblocks. Su primer contacto con el teatro lo tuvo, si mal no recuerda, a los 9 ó 10 años. El viejo Variedades le descubrió la fascinación y el enigma de un espacio brillantemente iluminado: la escena.
Intentó ser actor. No lo logró. Un paso fugaz por Nuevo Teatro y Fray Mocho lo hacen testigo de los últimos resplandores del Teatro Independiente. Luego, un período de 4 ó 5 años en los que practica los distintos géneros literarios (poesía, cuento, relato). Cursa un poco de letras y un poco de filosofía en la Universidad de Buenos Aires. En el 66 comienza a escribir Magnus; su elaboración le lleva 3 años.
Incursiona en radio, escribiendo libretos para distintos programas culturales. En estos momentos, trata de profundizar su experiencia del teatro e impregnarse de una búsqueda que tal vez sea el objetivo de sí misma: la búsqueda del arte.