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La obra de Ludwig Wittgenstein (1889-1951) -inspirador a la vez del círculo de Viena y de sus críticos, de la filosofía del lenguaje ordinario y de ciertas corrientes que se oponen a ella- no resulta fácilmente clasificable pero ocupa un lugar central en la filosofía del siglo XX. Su pensamiento ha influído decisivamente en el mundo aglonsajón, donde el profesor austríaco escribió la mayoría de sus trabajos y desarrolló la totalidad de su labor docente, y ha marcado el rumbo de la filosofía contemporánea durante las últimas décadas. El Tractus logico-philosophicus -el libro representativo de la primera etapa Wittgensteiniana, no tan disasociada del período posterior como algunos investigadores han sostenido- constituye una de las cimas del pensamiento contemporáneo; como señaló Bertrand Russell en el prólogo a la traducción inglesa de 1922 (reproducido en esta edición) “merece en su intento, objeto y profundidad que se le considere un acontecimiento de suma importancia en el mundo filosófico”. La obra, perfectamente acabada, a la vez clara y difícil, crispada y rigurosa, ofrece una filosofía del lenguaje y de la matemática, una reflexión acerca de la naturaleza de la actividad filosófica y una concepción del mundo.