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El racismo, el odio, la fascinación del poder, el Más Allá, son temas que me interesaron siempre. ¿Cómo no me di cuenta que estaban relacionados? Tal vez tenía que llegar a una edad para poder abordarlos.
El racismo me ha preocupado siempre. Lo vi crecer, hasta el Holocausto, y después lo vi disminuir sin pensar que reaparecería con la saña que ahora está instituido en tantos países. “Los judíos del mundo ahora son otros” dijo alguien hace poco. Yo asiento, con tristeza y temor: el hombre es insondable.
“Mil años, un día” está ubicada en la crucial España de 1492, que establece dos movimientos pegados en el tiempo: el 2 de agosto, a las 12 de la noche, se expulsa a los judíos -después le tocaría el turno a los árabes- y el 2 de agosto a las 6 de la mañana sale Colón buscando otros caminos: los habitantes del continente que encontrarán sufrirán la intolerancia política, económica, cultural y religiosa que caracterizará a España durante siglos.
¿Por qué ubicar la obra ahí? Es una manera de distanciar en la historia temas que hoy nos preocupan. Siete años tardé en escribir “Mil años, un día”. No me arrepiento. Dejará huellas en lo que escribiré de aquí en más.
Ricardo Halac