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Dostoievsky se rebela contra el orden de la naturaleza y lamenta que no haya una razón universal que sostenga y guarde correspondencia con la desasida razón humana.
Advierte una suerte de insensatez irreductible en el fondo de todo destino; de ahí su insurgencia, que es el modo vehemente con que se proyecta hacia un orden inalcanzable. Los rasgos del gran novelista ruso definen también a nuestro tiempo. Nada de extraño, pues, que se los recuerde con frecuencia y que su voz resulte audible en todo el ámbito literario de este siglo. En la novela Los poseídos, cuya adaptación al teatro es obra de Albert Camus, una especie de protesta genética mueve a los seres que pueblan sus páginas. Por lo demás, parece evidente que el adaptador hizo caer el acento sobre aquellos pasajes que más hondamente resuenan en el espíritu de nuestra edad. El derecho al deshonor, invocado por Stavroguin, tanto como las fronteras inciertas entre la santidad y el orgullo, tienen justa expresión en esta obra donde perdura lo esencial del original. Asimismo, los extraños diálogos acerca de la evistencia de Dios, fueron rescatados en su integridad y con segura mano. En suma, el excelente trabajo llevado a término por Camus lo reveló uno de los más probos y fervorosos discípulos del escritor ruso. La traducción de Los poseídos a nuestro idioma fue encomendada expresamente por el autor a Victoria Ocampo.
Albert Camus nació en Argelia el 7 de noviembre de 1913, y murió cerca de París, víctima de un accidente automovilístico, el 4 de enero de 1960. En 1957 obtuvo el Premio Nobel de Literatura “por su clara producción que, con sencilla claridad, ha esclarecido los problemas de la conciencia humana de nuestros tiempos”.