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En mayo de 1950, en el teatro de los Noctámbulos, de París, se estrenaba La cantante calva, pieza breve, en un acto, de cierto empleado de banco, nacido en Rumania pero connaturalizado en Francia con ese cosmos revuelto, inquieto, saturado y siempre ávido de la inagotable novedad suministrada por todo el mundo en París y desde París para todo el mundo. La pieza produjo uno de esos escándalos también habituales en París desde hace más de un siglo. Pero fue un escándalo singular, comparable, si no en estruendo, sí en significación, con el de las primeras piezas románticas. Dos años después, cuando Soupault, Breton y Peret vieron las obras de Ionesco, le confesaron: “Esto es lo que queríamos hacer nosotros”. Puede decirse, pues, que el teatro de Ionesco es la realización de un anhelo colectivo, y el éxito universal que alcanza prueba hasta qué punto lo sienten así las generaciones nuevas. Y es curioso comprobar en la real audacia de su “antiteatro”, en el desparpajo de su ruptura con la lógica, en la huida inexorable desde lo natural visible, que forman la base y los medios de su comicidad (a la Molière, como él mismo lo reconoce “a pesar del realismo” de éste), ciertas calidades que a algunos pueden parecer inesperadas. Seriedad y contención de oficio: “Soy un modesto artesano, una especie de albañil que conoce ciertas leyes de la construcción dramática pero de manera empírica, intuitiva” y “espero que algunos principios fundamentales permanezcan, sobre los cuales pueda apoyarme, consciente o instintivamente”. Claridad de propósitos y de posición: “El humor es libertad”. “La imaginación no es arbitraria, es reveladora”. “¿Cuál es la utilidad de existir? Existir”. “Nada más racional que la imaginación”. Lo irracional es la vida. De ahí un realismo que llamaríamos interno, no sólo del individuo, interno en la sociedad misma, que es quizás lo que al fin vieron Breton y los suyos. “Aportaré -dice el Nicolás de Víctimas del deber– contradicción a la no-contradicción y no-contradicción, a lo que el sentido común juzga contradictorio”… “La personalidad no existe. No hay en nosotros sino fuerzas contradictorias o no-contradictorias”. Ionesco penetra en esa alma social trasvisible y, al presentárnosla como un disparate que es, nos obliga a decirnos que tal disparate es indudablemente real y por eso irresistiblemente cómico; y por eso, a veces, no tan cómico.