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Signos de humanidad. La hermosa inmensidad que nos rodea
Son un grupo de jóvenes de alrededor de veinte años. Están esperando, sin saber exactamente qué. Cada uno espera algo en particular, algunos el amor, otros la poesía, etc. Mientras esperan, cantan, bailan, recitan y juegan.
Es evidente que se trata de un grupo de amigos que se conocen desde hace mucho tiempo. Sus palabras se ocupan del amor, de la vida, de la amistad, de la tristeza o de la felicidad. También “la Argentina” aparece como tema de su conversación. Encontrar el sentido de las cosas, no es algo sencillo, aún para jóvenes. Es una pieza de puro encuentro, en la que la acción pasa por la dimensión del pensamiento o en todo caso de la reflexión. Una pausa en el hacer. Un diálogo que conduce a ningún lugar y no traerá ninguna certeza.
Hasta que el agua me lleve
Un baño público en una estación de trenes abandonada. Dos mujeres, Dolores y Soledad. Dolores está obsesionada con lo religioso, Soledad, como su nombre, está sola, muy sola. En momentos distintos, ocupando el mismo lugar, dejan brotar sus palabras para decir sus penas. Las dos sufren. De donde sea que vienen, es seguro que están huyendo, escondiéndose. Cuando se encuentran, empiezan a conocerse a partir de un diálogo trivial, aparecen pequeñas historias sentimentales, los miedos y deseos de cada una. Un insecto es capaz de hacer desmayar a Soledad. Entonces Dolores, que la cree muerta, se arrepiente de no haberse presentado verdaderamente, de haberle ocultado cosas. Cierra el baño y tira la llave, quedaron encerradas. Cuando aparece Dulcinea se descubre que Soledad había ocupado su lugar, tal vez para vivir un encuentro aunque no estuviera destinado a ella. Una manera de dejar de estar sola, como cualquier otra.