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Mucho antes de que Aristóteles canonizara al hombre “teorético” -el que, diría Nietzsche, traicionó la tragedia y la comedia antiguas- ya existía en el teatro una tradición con dos rostros, en síntesis dialéctica: la revolución y el rito… Esta tradición -que empapó nuestro Siglo de Oro y fue combatida por la Ilustración- revivió tras la Comuna de París y llegó a nuestro siglo en las llamadas vanguardias -tan antitéticas como pueden serlo Meyerhold y Artaud, Ionesco y Brecht, Beckett y Lorca- en guerra a muerte con la “modernidad” burguesa… La búsqueda de la revolución y el rito impulsa estás páginas… Pero, asumir aquella tradición como la propia, renunciar a ser “moderno” y tratar de reventar, desde lo escénico, la ética y la estética de la burguesía, me producen un pánico finimilenario, animado, sin embargo, por los ecos de la flauta del chivo antiguo, el dios del sueño y los pastores…
José Ramón Enríquez