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Con su peculiar sentido de la ironía, Irving relata los avatares que suelen acompañar la transformación de una novela en un largometraje: la sensibilidad e inteligencia del director, la necesidad de acortar los diálogos y comprimir escenas, la eliminación de personajes, incluso la creación de otros nuevos. Divertido y fascinado a la vez, el lector descubre en estas páginas los infinitos esfuerzos que hay detrás hasta de la más breve secuencia cinematográfica y comprende la magia que logra dar vida en la pantalla a unos personajes de papel. Pero no acaban aquí las sorpresas, porque este libro no es sólo una hermosísima reflexión en torno al papel del escritor, sino que en él hallamos el fascinante retrato de Frederick Irving -el abuelo médico del autor-, así como un más que convincente alegato contra la legislación antiabortista y, en suma, una emocionante recreación de aquel mundo que ya animaba Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.