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La autora se propone tomar “algunos aspectos del lenguaje metafórico propio de los arquetipos culturales que se encuentran en la dramaturgia de la década del noventa y perviven en la dramaturgia de la primera década del siglo XXI”. Particularmente, “el arquetipo de la orfandad, el arquetipo del renacimiento, el arquetipo de la vida/muerte/vida, el arquetipo de la madre, el patriarcado como modelo arquetípico, el arquetipo del demonio, el arquetipo de la transmutación y la creatividad como fuente de la vida”. Arquetipo, valiente nombre para designar la deconstrucción de los géneros. Estos arquetipos sufrieron diferencias, provocadas por los acontecimientos sociales y el cambio de paradigma. Vale decir, la fijeza del arquetipo se desliza hacia la movilidad, se actualiza, quitando su peligrosidad y fuerza “estereotipante”. Tomar el modelo arquetípico, sabotearlo y desestructurarlo configurarían operaciones de deconstrucción. No obstante, ¿continúa operando el binarismo? ¿Desarmarlo, ignorarlo o reapropiarlo?
En esa línea, la metáfora, forma privilegiada del pensamiento simbólico, actúa para conformar, indicar y señalar que el arquetipo significa algo -otro binarismo-, que representa algo universal: el viaje, el recorrido, la caída, por ejemplo.