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A medida que transcurre el tiempo se hace más perdurable la obra de Florencio Sánchez. Él como nadie supo captar el drama del gaucho a quien una nueva dinámica social impulsaba a la muerte. Barranca abajo, La gringa, M’hijo el dotor, son piezas que constituyen en el drama rural rioplatense o mejor americano, pilares de tal magnitud que se citan como obras maestras en su género. Pero Sánchez había nacido para ser intérprete de la verdad allí donde ella estuviese. En la visión desolada en los ojos de los gauchos Cantalicio y Zoilo -que saben que estan de más, siendo dueños de todo- o en aquella verdad desnuda que marchaba descalza por los suburbios y que voceaba diarios en los labios de sus amigos los canillitas.
Su exacto análisis también penetró en el interior de las casas burguesas y de la pequeña burguesía. Vió allí los estigmas disimulados por afeites y composturas: la defensa de conceptos que no tenían vigencia, el egoísmo, el cinismo, el sacrificio inútil… En familia y Los muertos, son dos expresiones maestras capaz de inmortalizar a cualquier hombre de cualquier latitud.
En la última época de su creación dramática, emprende el teatro llamado de tesis. A ese período pertenecen: El pasado – Nuestros hijos y Los derechos de la salud, en el que expresa su propio drama, pero con una resignación viril conmovedora.
Sus piezas breves, revelan en él no solamente a un observador del mínimo detalle, aquél que siempre singulariza a las existencias humildes, sino a un hombre que se había consubstanciado con el lenguaje y el dolor de la calle, porque eran su propio lenguaje y su propio dolor.
En el teatro de Florencio Sánchez no abunda la intriga. Sus recursos son de una parquedad extrema. Pero el ser y el conflicto de los sentimientos estalla en pocas palabras con el trágico vigor que caracteriza a lo verdadero en un tiempo en que la hueca retórica quería suplir lo profundo de la vida.
Cometeríamos una injusticia si ubicásemos al extraordinario dramaturgo dentro de los ámbitos del continente americano. Muchos críticos lo han situado a la misma altura de Bracco, Bernstein, Dicenta, Brieux, etc. Y muchos de los que ocuparon primerísimo lugar debieron lamentar no haber escrito jamás frases sencillas, pero que llevaban en sí toda la fuerza que bulle en el corazón del hombre.