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Una mañana de 1979 las Abuelas de Plaza de Mayo leyeron en el diario una noticia que las llenó de esperanza: un hombre que negaba su paternidad fue sometido a un examen de sangre comparativo al del presunto hijo y resultó ser el padre. “Ahí se nos prendió la lamparita y se nos ocurrió la idea de usar la genética para identificar a nuestros nietos”, recuerda Estela Carlotto, presidenta de la institución.
Todavía ignoraban que no existían técnicas para reconocer a los chicos desaparecidos sin recurrir al imposible análisis de la sangre de los padres. Aún así utilizaron el sentido común e incitaron a la comunidad científica internacional a desarrollar herramientas que dieran una base sólida a su trabajo.
Las Abuelas y la genética. El aporte de la ciencia en la búsqueda de los chicos desaparecidos cuenta la historia de cómo un grupo de mujeres sin antecedentes científicos logró que la genética, que durante mucho tiempo había estado al servicio de intereses retrógrados y de muerte, se pusiera al servicio de la vida.